Corre el cierzo hoy como
lo solía hacer antaño en esta época del año. El viento arrastra
las hojas secas otoñales y las hace viajar por esta gran ciudad.
Unas vuelan sobre el Pilar, otras las arrastra el Ebro, unas pasan
cerca de la ventana de la habitación de mis padres, otras recorren
el patio de mi antiguo colegio... Y algunas simplemente esperan ser
recogidas por una mano amiga como en estos momentos me sucede a mí.
Cruzo el Puente de
Santiago volviendo a la Plaza del Pilar, a mi lado de la ciudad.
Camino entre las calles del casco viejo donde años atrás solía
salir de noche con mis mejores amigos, los que ahora están casados y
ya tienen su primer hijo. Pierdo la mirada en el bar en el que mi
padre y yo solíamos cenar un bocata de calamares antes de volver a
casa cuando teníamos tareas que hacer en el centro. Una señora
mayor se acerca y me pregunta:
-¿Te has perdido, maña?
Hija, si quieres puedo indicarte.
-No, gracias-respondo-no
estoy perdida, solo estaba vagando por la ciudad, hacía mucho que no
estaba por aquí.
Me despido y cojo un bus
hacia mi viejo barrio donde viven mis padres, abuelos, tíos, amigos,
conocidos... Al bajar veo que algunas cosas han cambiado, pero que lo
esencial sigue ahí. Así como el viejo mercado en el que trabajaba
mi abuela y de niña corría de una punta a otra, donde los
trabajadores de los puestos me saludaban y sonreían cada vez que
volvía. Nadie me reconoce. Todavía no he avisado de mi regreso, es
una sorpresa. Lo prefiero todo así, necesitaba pasear sola por el
pasado. Quiero ser un mero espectador de la película que un día
viví.
Deambulo por el barrio
donde me crié y casi puedo captar el fresco olor de los recuerdos
del ayer. Allí donde poso mis ojos vuelvo a ver mi primera comunión,
el primer beso, la primera borrachera, la segunda... Revivo las
vueltas del colegio con los amigos de la infancia y de la
adolescencia, las de bachiller con mis dos mejores amigas, las
solitarias de la universidad con las prisas de cada día y los
regresos matinales de todas aquellas fiestas de la juventud con
aquellos que se fueron y los que se quedaron incluso cuando ya no
estaba ahí.
Son cosas sencillas que
he echado de menos cada mañana al levantarme en Liverpool, donde
trabajo y llevo una nueva vida con nuevas personas y nuevos momentos
en nuevos lugares. Siempre quise ver mundo y esta es una ciudad tan
diferente a lo que conocía. Pero a veces necesito volver y sentir el
suelo que me vio crecer, equivocarme, acertar y, sobre todo, ser
feliz. Siento con cada paso la tradición de mis gentes y todas las
maravillas de mi fascinante mundo. Noto como esto va entrando de
nuevo en mí con cada respiración y por cada fuerte latido que
rebota en mi pecho. No quiero que pare.
Abro la puerta de casa y
suelto un “hola, he vuelto”. Mi madre pega un salto del sofá y
junto a mi padre y mi hermano me dan un fuerte abrazo que llevaba
necesitando desde que cogí ese avión tras la última visita. Ha
sido demasiado tiempo lejos de casa. Ahora estoy en el corazón de la
ciudad, en la capital de mi mundo personal. No puedes huir de lo que
eres por mucho tiempo y desde luego es inevitable que tarde o
temprano tus pies te lleven hasta las raíces que te vieron nacer y
que te hicieron ser tú. Es imposible olvidar tu hogar y es una
necesidad volver.
Alicia Salazar
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