miércoles, 5 de noviembre de 2014

Zaragoza

Corre el cierzo hoy como lo solía hacer antaño en esta época del año. El viento arrastra las hojas secas otoñales y las hace viajar por esta gran ciudad. Unas vuelan sobre el Pilar, otras las arrastra el Ebro, unas pasan cerca de la ventana de la habitación de mis padres, otras recorren el patio de mi antiguo colegio... Y algunas simplemente esperan ser recogidas por una mano amiga como en estos momentos me sucede a mí.

Cruzo el Puente de Santiago volviendo a la Plaza del Pilar, a mi lado de la ciudad. Camino entre las calles del casco viejo donde años atrás solía salir de noche con mis mejores amigos, los que ahora están casados y ya tienen su primer hijo. Pierdo la mirada en el bar en el que mi padre y yo solíamos cenar un bocata de calamares antes de volver a casa cuando teníamos tareas que hacer en el centro. Una señora mayor se acerca y me pregunta:
-¿Te has perdido, maña? Hija, si quieres puedo indicarte.
-No, gracias-respondo-no estoy perdida, solo estaba vagando por la ciudad, hacía mucho que no estaba por aquí.

Me despido y cojo un bus hacia mi viejo barrio donde viven mis padres, abuelos, tíos, amigos, conocidos... Al bajar veo que algunas cosas han cambiado, pero que lo esencial sigue ahí. Así como el viejo mercado en el que trabajaba mi abuela y de niña corría de una punta a otra, donde los trabajadores de los puestos me saludaban y sonreían cada vez que volvía. Nadie me reconoce. Todavía no he avisado de mi regreso, es una sorpresa. Lo prefiero todo así, necesitaba pasear sola por el pasado. Quiero ser un mero espectador de la película que un día viví.

Deambulo por el barrio donde me crié y casi puedo captar el fresco olor de los recuerdos del ayer. Allí donde poso mis ojos vuelvo a ver mi primera comunión, el primer beso, la primera borrachera, la segunda... Revivo las vueltas del colegio con los amigos de la infancia y de la adolescencia, las de bachiller con mis dos mejores amigas, las solitarias de la universidad con las prisas de cada día y los regresos matinales de todas aquellas fiestas de la juventud con aquellos que se fueron y los que se quedaron incluso cuando ya no estaba ahí.

Son cosas sencillas que he echado de menos cada mañana al levantarme en Liverpool, donde trabajo y llevo una nueva vida con nuevas personas y nuevos momentos en nuevos lugares. Siempre quise ver mundo y esta es una ciudad tan diferente a lo que conocía. Pero a veces necesito volver y sentir el suelo que me vio crecer, equivocarme, acertar y, sobre todo, ser feliz. Siento con cada paso la tradición de mis gentes y todas las maravillas de mi fascinante mundo. Noto como esto va entrando de nuevo en mí con cada respiración y por cada fuerte latido que rebota en mi pecho. No quiero que pare.


Abro la puerta de casa y suelto un “hola, he vuelto”. Mi madre pega un salto del sofá y junto a mi padre y mi hermano me dan un fuerte abrazo que llevaba necesitando desde que cogí ese avión tras la última visita. Ha sido demasiado tiempo lejos de casa. Ahora estoy en el corazón de la ciudad, en la capital de mi mundo personal. No puedes huir de lo que eres por mucho tiempo y desde luego es inevitable que tarde o temprano tus pies te lleven hasta las raíces que te vieron nacer y que te hicieron ser tú. Es imposible olvidar tu hogar y es una necesidad volver.

Alicia Salazar

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