lunes, 6 de octubre de 2014

Eva

Eva, sola en una esquina, buscaba su felicidad entre los añicos de sus recuerdos. Sus lágrimas secaban la rabia que hacía hervir su interior y sus manos trataban de encontrar algo a lo que agarrarse ante el precipicio por el que su vida caía sin control.
Eva, una vez más, volvía a sentirse vacía, ante un mundo que la observa. Los muros de su guarida se caían por culpa de las torrenciales tormentas que azotaban sus sueños, desapareciendo todo brillo habitable en la mirada del sol.
Eva ya no reía, ella ahora tan solo podía palpar su cuerpo, buscando al demonio que en él habitaba. Maldecía, gritando tan fuerte que la garganta estallaba en miles de horas muertas. Apretaba su cabeza, buscando el cable que en ella se soltó.
Eva, mirándose al espejo, no vio a la chica enamorada que cantaba a la vida en las tardes de primavera. No halló al otro lado los ojos verdes que tantas sonrisas habían provocado, tan solo se culpaba a sí misma.
Los años habían ido rodando, sedimentando su niñez entre una marginal adolescencia, buscando en las palabras de sus amigas una verdad que nunca halló, y que ahora se había convertido en su peor pesadilla. Siempre rodeada, Eva, permaneció solitaria, experimentando los cambios que sí sufrió su cuerpo, al contrario que sus sentimientos; nunca vio más allá de la mirada de Carlos.
Él fue su fiel confesor, su abrazo en las noches de luna llena sin estrellas, la luz que abrigaba los crueles inviernos, el chico del que se enamoró toda la vida. Eva siempre había sido Eva, era especial. Nunca existió una mujer en el mundo que tuviese un corazón tan grande, nunca nadie amó con su fuerza y su pasión, jamás antes se había encontrado alguien que viese tan dentro de las personas como lo hacía ella. Romántica como los árboles que lloran la caída de sus hojas en otoño.
El tiempo fue el castigo que rompió su libertad, haciendo de ella una esclava de sí misma, creando en Carlos un monstruo preso de sus deseos. En la cabeza de Eva se repetía el dolor y el sufrimiento al que accedió por amor. En ella, los gritos de su desesperación y los vomitivos recuerdos se agolpan obstruyendo sus sentidos, haciéndola enloquecer.
El tiempo la privó de todo deseo sexual, y aunque Eva personificaba el amor, jamás llegó a sentir placer. Carlos se marchó para siempre, egoísta y manipulador, violando su esencia, destrozando la inocencia de su mirada.
Eva, sola en una esquina, se pregunta si algún día alguien la amará tanto como para poder comprenderla.

Drizzt Beleren

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