miércoles, 22 de octubre de 2014

Conversando con la botella

Hoy en día ser alcohólico es peor que tener la peste. Notas como esas personas que a la cara te dedican palabras de ánimo te señalan con la mirada.

Es curioso como todos aquellos que decían ser tus amigos, que te acompañaban de bar en bar cada noche y que solían reírse contigo ahora no solo se ríen de ti, sino que además resulta que nunca han salido por ahí contigo o que no estaban esa noche en la que la pudiste liar más, que ellos nunca han probado una copa de whisky como tú y desde luego, no son tus amigos. Aquellos grises días llenos de mañanas resacosas tirado sobre un banco o llegando milagrosamente a mi casa y cada vez más envuelto en mi propia mierda, cuando las ratas y los buitres carroñeros huyeron antes de ser salpicados por ella, por fin, pude ver quien realmente merecía la pena. Pocos se quedaron a mi lado. Mi hermano pequeño, Álex, me sorprendió tratando de ayudarme dejando de lado nuestras disputas familiares, así como lo hicieron mis padres pese a sus caras llenas de decepción o mi compañero de trabajo, Miguel, por el que mantuve mi puesto algunas semanas más. Sin embargo, muchos otros me dieron la espalda y se marcharon sin mirar atrás, tal y como pasó con Laura, mi ex-mujer.

Pero hay algo peor que la humillación que llega cuando ya no quieres mirarte al espejo, cuando ves todo lo que has causado a tu alrededor y a ti mismo, cuando has perdido todo lo que tenías, cuando el único perdón que necesitas no se te concede: El tuyo. Mi arrepentimiento no es suficiente para concedérmelo. Sin embargo, sigo sintiendo que tú eres la única que me entiendes, querida botella, pero besarte solo una vez no me basta y vuelvo a despertarme con jaqueca entre tus sábanas.

Camino solo una noche más, dando una vuelta en cada farola encendida que ilumina el incierto destino de mis pasos. Esto es difícil. Por eso te hablo a ti, amiga , sé que tú me escuchas a pesar de lo que tienes que oír: ¿Sabes lo que es impotencia? Es esa bola de fuego que nace en el estómago, su calor se extiende por el cuerpo quemándote por dentro e intenta salir por la garganta mientras sabes que no puede escapar de ahí porque no debe hacerlo o porque aunque salga no va a servir de nada o solo va a empeorar las cosas. Esa tensión sobre la sienes de la frente, esa rabia en tus manos que provoca que no se paren quietas sin acabar de hacer nada ya que en realidad entiendes que no pueden hacer nada. Nada. Solo hay eso. Impotencia. Rabia. He hecho demasiadas cosas mal en mi vida y sé que son todas por tu culpa, pero me tientas con ese néctar que necesito cada día y soy incapaz de decir que no.

Llego al Puente de Piedra y miro la altura que me separa de las turbulentas aguas del Ebro mientras se congelan mis pensamientos en esta fría noche de otoño. Con la mente fría, te miro entendiendo de una vez la situación-eres tú o yo ¿verdad vieja amiga? quizás sea hora de poner el punto y final de esta relación-le doy un último beso de amor y la lanzo lejos para que se la lleve la corriente. Puede que haya sido solo un paso, pero es el primero que puede llevarme hasta mi propio perdón. Durante mucho tiempo me he arrepentido de cada cosa que he realizado, pero por una vez siento que he hecho lo correcto.


Alicia Salazar

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