miércoles, 15 de octubre de 2014

A una mirada de ti

Me recuerdo apoyada en la ventana del hotel escuchando el bullicio de la gente y el tráfico de Manhattan, a veintiocho pisos del suelo y con la mirada perdida en las luces de cientos de edificios que ocultaban las estrellas... Pensé cómo alguien tan cerca del cielo y en el centro del mundo podía sentirse tan sola. Estaba lejos de casa, de mis lugares preferidos, de mi gente, de él... Alguien con quien en España ya tenía una relación a distancia ¿Qué importaba no verle casi por estar él en Barcelona y yo en Madrid que no verle por estar él en Barcelona y yo en Nueva York? Simplemente no le veía. No le tenía ahí. En cualquier parte en la que no estuviera, sentía que cómo el olor de su alma y la necesidad de que volviera a estrecharme entre sus brazos me acompañaba a todas partes. Ahora los negocios me habían llevado a estar lejos de su mundo y del mío. Y justo allí, en ese momento de soledad sin prejuicios, ni críticas y, a pesar de estar en medio de la contaminación acústica de la Gran Manzana, por fin, logré escuchar mi propia voz. En otro continente hallé lo que en mi hogar yo me negaba a mí misma: Libertad. Él me había bloqueado de todos los modos posibles y yo había cedido en todo lo que él quería y en lo que nunca pensé que alguien conseguiría hacerme sumisa. Él me impedía ser yo. Tras un paseo hasta la Quinta Avenida y tan cerca de esas luces de neón que ciegan a la gente, yo abrí los ojos.

Crucé el océano de regreso a casa segura de mi decisión. Por primera vez mi cabeza y mi corazón estaban de acuerdo. Al llegar lo llamé con un discurso mental que deseché en cuanto escuché su voz. No le dije la verdad. Usé la distancia para hacer un poco menos doloroso lo que iba a tener el mismo resultado: El final de un amor apasionante y dañino que me habría hecho infeliz.

Ha pasado más de un año de aquello. Los primeros ocho meses no quise saber nada de los sentimientos. En los siguientes me dediqué a cometer nuevos errores y a destruir mi alma cada día un poco más. Hace poco hubo un par de ojos marrones que me transmitieron ese cosquilleo que ya a penas recordaba. Tus ojos. Ahora, con las lecciones aprendidas y las heridas sanadas, ya no tengo miedo al dolor de la caída porque sé que tiene una vida limitada.

Te veo casi todos los días en un efímero saludo al cederte la puerta, cuando llega tu turno y se acaba el mío en la clase de piano. Sin embargo, la corta conversación que tuvimos hace dos días mientras la profesora hablaba con su vecina, me devolvió la paz que había perdido hace mucho tiempo. Tenía la sensación de que tus palabras sabían a caramelo ¿A caso tiene sentido? Son solo unos segundos. Solo a unos centímetros. Pero estando a una mirada de ti siento que estoy a la distancia suficiente para saber que es la hora de ser valiente. A veces una mirada puede ser una distancia mucho mayor que un océano cuando se tiene más ganas de llegar al otro lado.

Se está acabando mi clase de piano de hoy. Me despido de la profesora, abro la puerta y encuentro tu hipnotizante mirada.
-Aún no sé tu nombre-te digo.
-Marcos.
-Clara-respondo mientras nos estrechamos las manos.

Al separarlas te quedas con el papel en el que he escrito mi número de teléfono. Giro la cabeza en el último momento y veo que me sonríes antes de entrar. No, pase lo que pase, ya no tengo miedo.

Alicia Salazar

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