"Si pudieras
rozar, antes de prohibir, los laberintos del festín…"
Las semanas se
estaban convirtiendo en un cúmulo de noches difusas, de miradas de cazadores furtivos en busca de una presa fácil que, además, lo hiciera bien y de muchos
bailes en mi cama.
Mi mente, obsesiva
en un punto fijo, no paraba de ir y volver, de buscar la mejor forma de
disfrutar, de conseguir nuevos corderillos a los que extorsionar con unos
movimientos concretos con unas manos firmes que sabían muy bien lo que
buscaban. ¿O no…? Pero las preguntas daban igual, lo importante era explorar y
aprender. Aprender a vivir sola, después de tanto tiempo. Pero encontrando las
compañías fugaces en bares que solo han visto lenguas sucias y promesas rotas.
Y así fueron pasando
los meses y los hombres sobre mi cama y sus miradas sobre mi espalda... Sin
querer saber nada más de mí que cuál era
el color de mis bragas. Fueron, en fin, días en los que acoracé mi
corazón de mimbre. Fueron días en los que mi mayor compañía fue… La música.
Podría enumerar
todas las canciones que me definían a la perfección en ese momento y sobre las
que encontraba un resquicio sin beneficio de duda, una verdad que me aplastaba
contra el pecho. Escribir me ayudaba… Pero escuchar esas letras de esos
cantantes que me decían que lo que estaba haciendo estaba bien era lo que me
mantenía en pie mientras esos poetas de la nocturnidad me dejaban tirada contra
un suelo frío y lleno de orgasmos vacíos de lucidez.
Fue y será mi más
fiel compañera de batallas, la que tantas veces me ha lamido las heridas... Mi
más fiel definidora de mis estados y mi gurú en los momentos decisivos.
Neko
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