Un corazón acorazado como
el mío es impenetrable, indestructible, un misterio de la
naturaleza. Lo que en él se esconde pocos ojos lo han visto y han
vivido para contarlo. Soy la reina de los villanos. Todos los
criminales vienen a mostrarme su respeto y lealtad. Los aficionados
solo buscan ganar dinero rápido y sin remordimientos, los
profesionales llegan a disfrutarlo y la reina nunca llega a saciarse,
siempre quiere más. Para ella la depravación es puro néctar.
Con solo treinta años
dirijo la mayor organización de estafa de todos los tiempos. Tengo
ojos y oídos en todas partes. Acojo a rateros, ladrones, asesinos, forajidos
en busca y captura, expresidiarios, pandilleros... Todos
esos malhechores vienen a mí y yo les hago asquerosamente ricos. Los
más inteligentes y astutos llegan a ser incluso millonarios. Nada
que yo no haya conseguido antes. Les enseño las mejores técnicas
para engañar, timar, estafar, confundir, falsificar, engatusar y
embaucar a todo aquel del que puedan sacar algo, pero pobre del iluso
al que consigan pillar porque me desentenderé de él. Mi lema es:
“La suerte de cada uno depende de cada uno”. Por eso nunca me han
cazado ya que los pocos que hayan tenido pruebas contra mí o me
hayan traicionado, bueno... me temo que ya no están entre nosotros.
Admito que en ocasiones
caigo en tentaciones, como aquel día en el que me dirigí a la
Iglesia para cobrar uno de mis últimos beneficios de la mano del
propio cura de mi viejo barrio al que volví glamurosa y pisando
fuerte sobre mis tacones para hacerme cargo de él personalmente.
-Un placer hacer negocios
con un usted, padre-dije mientras guardaba sus billetes en mi
cartera.
-Solo espero que esas
fotos nunca salgan a la luz-susurró-mi desliz será perdonado por
Dios con arrepentimiento. Él lo perdona todo, también sus
fechorías, señorita. Rezaré por usted.
-No se moleste, padre, yo
no tengo salvación-sonreí mientras estiré mi mano para despedirme
de él, pero este no mostraba interés por estrecharla-¿no da la
mano a una pobre pecadora?-este la cogió temiendo mi reacción. Me
puse la gafas de sol y salí de la iglesia satisfecha.
En la calle tropecé con
alguien y empecé a jurar en hebreo. Al levantar la vista y encontrar
su cara, mi rostro se descompuso. Hacía demasiado tiempo que no le
veía. Era Héctor y su mejor sonrisa de niño bueno. Mi más secreto
amor platónico desde que íbamos juntos al colegio del barrio.
-Perdona no te he
visto-se disculpa-un momento... ¿Rebeca? ¿Eres tú? Vaya estás...
genial, irreconocible. Ha pasado mucho tiempo.
Concretamente hacía seis
años, cuando se declaró y yo le rechacé por tener mejores
aspiraciones.
-Sí... hace mucho-él
estaba igual con su pelo alborotado y su camisa a cuadros-¿qué tal
la familia? ¿cómo van tus obras de arte? ¿sigues en el barrio?-él
se rió.
Yo misma me dí cuenta de
que eran demasiadas preguntas.
-Están bien, gracias. La
venta de cuadros podría ir mejor, mis últimas exposiciones han
tenido menos éxito, pero mantengo la esperanza y sigo trabajando. Y
sí, aún vivo aquí. Ya sabes dos calles más abajo ¿Quieres venir?
Así me cuentas lo bien que te van las cosas y nos ponemos al día.
Entonces recordé la
principal razón que me llevó a alejarme de su lado. Héctor era
demasiado bueno para mí, cualquiera de mis actos hubieran
repercutido en él y no se lo merecía. Rehusé su propuesta y me
despedí. Al día siguiente, el pintor recibió varias llamadas de
distintas galerías para nuevos proyectos.
Si hay que tener una
religión que nos recuerde valores y principios, quizás él sea la
mía.
Sí, tengo algunas adicciones perjudiciales a parte de la
inmoralidad.
¡Qué puedo decir, nadie es perfecto!
Alicia Salazar
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