lunes, 20 de octubre de 2014

Diez minutos

-Su cuerpo, su cara, sus ojos, su boca; un poco más cerca, el olor de sus labios. Sus facciones fuertes y marcadas, dos brazos que la sujetan frente al vacío, pero sobre todo, esa presencia de su mirada en su interior. Esa mirada que revolotea ahogando su moral en pozos de miseria y fango, donde hace años quedó su felicidad. Un oxidado corazón volvía a intentar hacer arder todo aquello que se interponía a su paso, siendo cada latido un golpe mortal. Solo sabía que no debía, su cabeza le repetía constantemente que no se dejase llevar por la marea traicionera. Pero ella quería volar lejos de aquel infierno.

Años de cadenas desgastadas que ataban la libertad de un alma que no conocía realmente el amor. Pequeña y asustada, cerraba los ojos por miedo a que la luz que entraba en su pequeña caverna la cegase. Una luz que llegaba directa como un rayo desde el hormigueo de placer que le recorría el cuello, y bajando. En sus propias pupilas el deseo de eclosionar se entremezclaba con la inmensidad de su vida, enredándose caprichosamente. La rutina, la seguridad de ver amanecer, los besos que saben al ayer, las constantes que marcan las pautas de sus pasos; todo se iba derritiendo, cayendo al vacío, y destrozándose al golpear contra su pecho.

Cientos de miradas acusadoras desde fuera de sus mundos no entendían los versos del poeta abandonado, no comprendían como el miedo a la soledad la retuvo en la prisión de la muerte, tras una fachada impasible. Los gritos de auxilio implorado por su calendario, que marcaba en gris el tercer día de cada mes, no le dejaban escuchar los agradecimientos de su mente que se perdía junto a su boca en el río que desembocaba en el mismo paraíso.

Un empujón, dos metros de distancia, y ella petrificada ante sus sentimientos, poseída por sus miedos, esclava de su pasado. Él, confuso, con miedo a romper la débil conexión de sus cuerpos, que todavía comparten el olor a desenfreno.

Regreso a la locura, conexión total, trueno y relámpagos en el choque de las tempestades. Llovía muy fuerte, dejando sobre ellos un torrente de estrellas que alumbraron sus vidas, llevándose junto a la oscuridad todo el arrepentimiento que tan dentro de ella habitaba.


Diez minutos para romper seis años de lágrimas secas de vida, secas de felicidad, de rutina bajo la luz del pasado. Diez minutos para hacer explotar el presente. Diez minutos para comenzar un futuro dibujando una sonrisa en sus abrazos.


Drizzt Beleren

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