Nos conocíamos desde hacía un par de
años cuando decidí conocerte. Fue un acto de voluntad inusual en mí. Jamás he
sabido qué me pasó por la cabeza aquella noche, pero me pareciste más
interesante que cualquier otra persona en la habitación. Y que cualquier otra
persona, en general.
Por aquel entonces, cuando alguien
me llamaba la atención más de lo normal, acostumbraba a huir corriendo de mi
instinto, de las ganas. No tenía motivo alguno. Sabes que nadie me había hecho
daño, precisamente porque era mucho más rápida que esa curiosidad que me
perseguía.
Pero aquella noche las piernas no me
respondieron.
Visto esto y que yo te parecía menos
interesante que una piedra, un yo orgulloso, hasta entonces desconocido para mí,
me dijo que se acabó el correr. Que por sus narices que te iba a conocer, a ver
si resultaba que eras tan interesante como parecías.
Con todo preparado en caso de huida,
hice uso de todos mis recursos para acercarme a ti. Descubrí que eras como hacer
la compra a la hora de comer, como beber solo una cerveza, y creo que fue
recíproco. También descubrí que solo íbamos a ser amigos, y me pareció bien.
Ahora que no sé cuándo nos
volveremos a ver, siento la necesidad de contarte esto para darte las gracias. Sin
saberlo, me enseñaste a acortar la distancia. Me di cuenta de lo que me había
perdido hasta entonces, de que todos los kilómetros que llevaba a la espalda
eran absurdos. De que estaba cansada de tanto correr.
Ahora que la distancia va a ser real,
tengo que decirte que me alegro de haber decidido conocerte.
Djalí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario