Sin esfuerzo, recojo
las líneas de mi memoria y las hago amargas, las chupo hasta quedarme sin
aliento y descubro entre mis brazos un montón de mierda, un montón de nada.
Descubro que el amor que me prometieron fue en vano, fueron unas pocas mamadas que me hicieron perder mi libertad a cambio de una felicidad ajena.
No encuentro consuelo en mis amigas, obsesionadas con un perfil esquelético que
les pide más salidas fugaces al baño, más encuentros inesperados con la
culpabilidad y el descontrol. Mi familia me enseñó que las sustancias pueden
llenar el vacío que ellos me ofrecen. Las sustancias, a su vez, contienen un montón de personas que
conocer, que disfrutar, que violar entre palabras y llantos, entre encuentros
fugaces. Mientras, la sociedad no me pide nada a cambio. Solo espera que no
moleste y que siga en su rebaño, siendo como soy, una oveja a la que no pedir
sino más que consumo y apaciguamiento. Me caigo al suelo y mis ideas se van
corriendo, no quieren estar dentro de mí ya que soy un montón de nada.
Hay personas que me
miran mal y creen que, en verdad, soy una vividora de la vida porque cuando la
música suena alto y fuerte yo soy la que más salta, la que más grita y la que
pierde la voz y hasta a veces los pantalones en una polla ajena. Otros sienten
lástima por mí y creen que mi vida debería estar encerrada entre cuatro paredes
donde el regimiento pudiera hacer de mí una persona disciplinar que siguiera
las pautas marcadas por sus sucias mentes obsesivo-compulsivas y gracias a las
cuales no molestara más, porque mi visión les genera un dolor en los ojos que
no son capaces de entender que viene del corazón. No es lástima, sino asco.
Otros creen, simplemente, que no he tenido la oportunidad de haber sido esa
artista que en el fondo era y que mis padres no me dieron la educación que
necesitaba y acaban concluyendo que el autoritarismo no es el mejor método
anticonceptivo.
Yo. Si es que
alguien se lo ha preguntado… Yo no siento envidia de ninguno de ellos puesto
que no sé cómo es su vida, solo sé que es bueno lo que he visto, observado y
comido desde que tenía unos pocos meses. Pocos saben que, como cualquier otro,
empecé a imitar lo que mis padres hacían desde los 10 meses y, si eso
implicaba, llenar un vacío emocional con cualquier droga u objeto que hiciera
las veces de objeto suave y caluroso, lo hacía. Pocos se plantean ir más allá
del problema, pocos dejan de juzgarme y desean encontrarme, en lo más profundo
de mí, sin miedo. Pocos sienten un respeto hacia a mí que me iguala a ellos
mismos y pocos desean encontrar en mí una verdad que les sirva para definirse.
Pocos realmente me quieren conocer y sufrir conmigo, sufrir de mi mano,
entendiendo que lo que yo he vivido no da lástima ni asco ni miedo ni pena, entendiendo que lo
que yo he vivido es lo que me ha tocado y no es importante juzgarme sino darme
las herramientas necesarias. Entendiendo que la solución solo parte de mí
mismo, solo empieza y acaba en mí.
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