jueves, 30 de octubre de 2014

Música - Parte 4: "Buitre"

Y allí, entre la multitud más inesperada, encontré una cara casi familiar. Y digo casi, pues a pesar de que la reconocía, nunca antes la había visto en persona. Lo que más conocía de él no era su rostro, era su música. Su voz durante tanto tiempo sirvió de apoyo para mis locuras, convirtiéndolas en lo natural. Mucho tiempo había divagado acerca de sus letras, siempre encontrándoles un significado más. Y demasiado tiempo había pasado volando entre sus melodías y acordes, dejándome llevar.

Sentado con aire despreocupado en un lateral del bar aplaudía como una persona más. No se me ocurrían los motivos que lo habían llevado hasta el pueblo en el que habíamos ido a parar, pero tampoco me importaba demasiado. En cuanto lo vi me empecé a acercar a él. Era una oportunidad que no podía dejar pasar, como si algún azar del destino quisiera que lo encontrara en ese momento y en ese lugar. Mi cabeza daba vueltas, mareada, y me impedía pensar con claridad. Quizá era el éxtasis del momento, demasiadas cosas que asimilar. Demasiado quizá para un pajarillo que se había encontrado un ave experta en volar.

Todo fue sencillo. Nos tomamos unas cervezas y empezamos a hablar. Le conté cómo habíamos llegado aquí, gracias a un bache de la comarcal, que haríamos noche y seguiríamos sin más. Nos dijo que él tenía alquilada una casa rural a las afueras del pueblo y que de vez en cuando se retiraba aquí cuando quería tranquilidad. También dijo que un día era un día, y que si no teníamos reparo había sofás y mantas para poder descansar. Casi no podía creerme que me pasara esto. Viajando sin rumbo se suele naufragar. Y si esto era naufragar, tenía que hacerlo más.

Se lo conté a mis compañeros, y a excepción de Juan, que tuvo un poco de recelo, los demás aceptaron sin dudar. Ya teníamos donde pasar la noche, pudiendo ahorrar el poco dinero que nos quedaba para cosas más importantes, como comida y alcohol. Nos acercamos en un paseo nocturno por el pueblo, con la luna iluminándonos lo que íbamos a pisar. Juan se me acercó y me dijo que no se fiaba, que no le terminaba de cuadrar. Dijo que ése tipo de cantantes no acostumbran tener esa generosidad. Que las aves que vuelan tan alto suelen dedicarse a rapiñar. Que había oído historias, y que por si acaso volara con cuidado. Me molesté y le dije que no se preocupara. Que ya estaba acostumbrada a sobrevivir. Llevaba tiempo viviendo sola y sabía que me podía cuidar. Lo dejé mirando sus pasos mientras lo dejaba atrás.

Ya en su casa nos tardamos en acostar, tocando unos y otros, parecía una fiesta de música que no tenía por qué acabar. Un concierto privado entre ambos de música desnuda, a flor de piel. El alcohol y la droga parecían abundar, y cada uno consumía lo que quería, buscando un agradable estupor. Poco a poco fuimos cayendo, y me sorprendió el amanecer escuchando una balada de él. Cuando acabó empezamos a hablar. Comentó que le gustaba mucho mi voz, y que algún día podríamos tocar algo juntos los dos. Llevaba tiempo buscando una voz femenina para un proyecto de canción y que la mía encajaba a la perfección. Dijo que la letra ya estaba medio escrita, un montón de metáforas de estas que suenan bien y parecen decir mucho, sin decir nada en realidad. Dijo que sería un éxito y que nos podríamos forrar. Creía que yo tenía futuro, al contrario de los demás. Me sugirió que tarde o temprano los tendría que dejar atrás.

Una cosa llevó a la otra, y entre el éxtasis y que no había sofá libre nos acabamos por acostar. No fue tan especial como pudiera parecer, pero estuvo bien. Uno y otro teníamos algo de experiencia y sabíamos como actuar. Recitábamos de memoria rituales tan antiguos como el respirar, la misma historia contada una vez más. Acabamos cansados y satisfechos. Él no tardó mucho en cerrar los ojos. Yo me dediqué a divagar. No me había tragado sus mentiras. Lo hice por que quería, sin más. La generosidad, los halagos, la canción, todo. Seguro que siempre lo decía cuando quería lograr algo. Al igual que cantaba para engañar.

Me levanté, me vestí y cogí mis cosas. Fui al salón y desperté a Juan. Le dije que tocaba irse y despertamos en silencio a los demás. Me disculpé por haberme molestado, pero le dije que no se tenía por qué preocupar. Una sonrisa sincera fue la mejor respuesta. Recogimos lo nuestro, dispuestos a recoger la furgoneta y volver a viajar. No los iba a abandonar. Eramos una familia que se acababa de encontrar. Le dejé a una nota antes de cerrar la puerta y marchar. Cuando salíamos el sol ya brillaba en la distancia.

"Los buitres sólo comen carroña, y yo estoy demasiado viva como para dejarme devorar."
 

MELO

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