Los meses se iban
agolpando, y en mi ventana las lágrimas iban galopando y resbalándose mientras
en mi mente se hacían mil y una imágenes sobre cómo sería mi vida sin ti, mi
sonrisa sin ti, mi ansiedad sin ti.
Los meses y las
horas iban pegándose a mí e iban pidiéndome más segundos para mí y menos para
ti. No querían ver tu triste figura y la melancolía era un demonio del que huía
a cada paso de página que daba sobre mis apuntes.
Fueron días de
reflexión, idas y venidas sentada en una silla que ha sentido demasiados
orgasmos vacíos, llenos de falsas pretensiones y banalidades. Idas y venidas a
la velocidad de la luz, yéndome a la luna a buscar un poco de esperanza. Una
esperanza que tu mirada tan terrenal no me iba a dar nunca sino que me la
quería quitar a mí, consumiéndome poco a poco mientras el humo no se conseguía
extinguir de mis pulmones ni de tus reproches…
Fueron, en fin, días
invernales. Hielo que acabó fragmentando dos corazones de sangre caliente. Dos
corazones que luchaban por latir al unísono a pesar de que el mío tuviera un
soplo y el tuyo fuera de un animal. Fueron días que acabaron en el momento en
el que yo intenté estirar aquello que no tenía ni un ápice de flexibilidad.
Pero… El tiempo me
ayudó a comprenderte, a ganar en tu terreno y a entender que no podía pasar
otra cosa que dejar de ser. Y entonces, tras meses, semanas y momentos de
dudas, quebraderos de cabeza, te dejé marchar de mi vida. Y tú, como buen poeta
de la tempestad, supiste que no debías volver hasta que no volviera la calma. Y
así fue, como… No sentí más que bienestar, paz y tranquilidad. Tu mirada y la
mía dejaron de mirarse con ojos llorosos y pasaron a mirar en otras
direcciones, en otras personas, en otras metas.
Y así fue como, tras
toda esa tormenta, esas peleas a fuego lento y a cuerpo descubierto, se quedó
todo en un montón de nada. En un montón de tranquilidad, paz y congruencia.
Podría arrepentirme
de cualquier cosa que ocurrió durante esos meses en los que tensamos tanto que
acabamos relajándonos de golpe, pero no. Podría arrepentirme de cualquiera de
mis palabras, pero no, fueron sinceras como mi mirada. Podría arrepentirme de
haber "perdido" el tiempo en intentar descifrar tu cabeza cuando era
un montón de serrín viejo, pero no, porque fue totalmente necesario para la
escena final. No me arrepiento de nada de lo que pasó, ni del principio, ni del
medio, ni del final. Ni de los miedos, ni de las dudas, ni de las heridas que
nos hicimos. Fue todo como tuvo que ser y la calma sostenida que siento al
recordar tu nombre es lo que más me reafirma actualmente.
Porque contigo
aprendí, crecí y viví. Aprendí qué no quería ser ni poseer, ni compartir ni
vivir, quién era yo en mis peores momentos y quién en mis mejores. Aprendí a valorarme mientras tus palabras
intentaban subestimarme a pesar de que tu corazón me mandara señales opuestas.
Porque contigo, a fin de cuentas, maduré.
Aunque luego nuestros caminos se separaran. Aunque ahora ya no sea sino
es sin ti. Porque nunca negaré que tú has sido un quién muy importante en mi
vida.
Neko
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